La presencia
LA PRESENCIA DE MARÍA EN LA CONGREGACIÓN, LA ENCONTRAMOS DESDE LAS REGLAS DE SAINVILLE
“Acordándonos que la mejor manera de honrala, es imitar las virtudes que ella misma practicó en grado eminente” (Reg. I)
Siendo pues casi genérica para la vida religiosa la decisión por el patrocinio de María, la advocación propia, la peculiar veneración, los rasgos propuestos para la imitación, resulta ser en general, fuente de inspiración para la vida religiosa.
En la historia de las congregaciones religiosas, la piedad mariana y la imagen de María se implican para determinar los rasgos de la espiritualidad que se incluyen en el carisma o que lo configuran.
¡Cómo parece compenetrarse en el Carmelo el velo tenue de la nubecilla que vio el profeto, con la niebla de la contemplación! María se prefigura en una y se actualiza en otra por obra de la fe en cuyo ambiente vive y del cual se alimenta. El dominicanismo proclama la “Salve” de la Virgen y con Ella: “Vida, dulzura y esperanza la, “repite el gozo apostólico de María en la Visitación: es de la imagen del predicador. Es la Compañía de Jesús está el influjo de la caballería; y María es la Señora y Patrona en el servicio y defensa de los intereses de Dios y de la Iglesia.
Los sentimientos filiares, la necesidad de fortaleza, perdón, consagración, socorro, y más aún… se concentran en una óptica especial respecto de María virgen, madre, inmaculada, reina, patrona, auxilio.
El carisma y la espiritualidad tienen historia en las congregaciones: según esos enfoques de María, el don del Espíritu se insinúa como gracia eclesial de una riqueza inmensa en favor de la realización del reino y a la vez en pro de la santidad de los miembros de la Iglesia.
Ciertamente en este lugar de la reflexión, María está en la historia de nuestra Congregación; el culto mariano se marca en este contexto:
“Pueden esperarlo todo del socorro de la Santísima Virgen y para merecerlo se esforzarán en aumentar cada día su devoción hacia Ella” (Reg I).
Ya en los orígenes hallamos: una confianza filial, una constante sumisión
Y con esta actitud espiritual se consigna desde entonces algunas prescripciones marianas: (Reg. VIII; XLII)
La Hermanas recitan el Oficio Parvo de la Santísima Virgen en Comunidad; íntimamente unidas a Cristo, las hermanas viven su ofrenda con la Virgen María, y “solemnizan en su honor el día de la Presentación”. Por su intercesión “pueden esperarlo todo”. Han de ser fieles a la recitación diaria del Santo Rosario. Marie Poussepin hace construir la capilla en honor de la Virgen María.
La disposición clave de la Hermanas con la relación a María, es ésta: IMITARLA. Este ejercicio espiritual que tiene razón de ser en las exigencias del seguimiento de Cristo, tiene en la Congregación, tanto en sus orígenes como a lo largo de la historia, una expresión innegable: La Virgen María bajo todos los nombres, Las fiestas de María, El Rosario.
De manera que desde ahora se pueda afirmar que un núcleo muy central de nuestra identidad carismática, es María. Y dentro de la unidad de este tema, su presencia es algo así como la figura “tipo”. Sobre este tipo precisamente converge la pregunta de la “Relatio”. ¿Por qué María en la Presentación? ¿Por qué la Congregación no ha especializado esta espiritualidad de la Virgen de la Presentación con rasgos más interiorizados y a la vez más explícitos?
Tomado del libro: Espiritualidad de la Presentación de la Santísima Virgen María (H. Margarita de la Encarnación)