En el Evangelio de hoy encontramos una escena en particular cuando Jesús ve a una mujer acercarse insistente y constante en sus ruegos. La mujer sobrecogida por el encuentro se echa a los pies de alguien en quien, al margen del dolor, tenía una fe sólida. En el trasfondo del relato se anticipa el deseo del corazón del Señor de bendecir a los gentiles por el Evangelio.
Descorazonadora la respuesta de Jesús. Los “hijos” eran los que estaban sentados a la mesa y tenían el privilegio. Los “perrillos” gentiles aún no estaban admitidos a compartir la comida. Pero ni siquiera la reflexión tan clasista pudo con el deseo intenso de la petición. La mujer entendió, sin quejas.
Fue la fe quién logró eliminar todas las barreras para llegar al corazón mismo de Dios. Con una plena confianza en la palabra del Señor, regresó a su casa, Cuando llegó, comprobó que efectivamente una migaja de la mesa del Señor había sido suficiente para curarse a sí misma y a su hija.

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