El Santo Evangelio de hoy nos muestra como Jesús hablaba en refranes a sus discípulos, y así ellos poco a poco fueron comprendiendo realmente lo que significaba el reino de Dios. La parábola del sembrador era originariamente una llamada a la esperanza: las cementeras frustradas no debían hacer perder de vista el éxito final; el sembrador impertérrito es modélico en esto.
Una vez más los escribas intentan acorralar a Jesús con sus enredos y paradojas. Quieren hacer ver al pueblo que incluso los milagros, las curaciones, que Cristo realiza son obra del maligno, cualquier cosa con tal de poner a la gente en contra de Él. Pero Jesús dijo quizás algo que para muchos suena severo “El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”. Pecar contra Dios no tiene perdón. Esto es no tiene perdón porque, entre otras cosas estaríamos cayendo en la soberbia de negar la propia existencia de Dios. Por esto debemos encomendarnos totalmente al espíritu Santo para que jamás nos revelemos en contra de Dios y que nuestras vidas se llenen siempre del amor de Jesús.
La llamada del Señor es un privilegio que, aunque muchos podrían tener, pocos lo tienen, es Él el que nos llama a ser sus discípulos, aunque existan personas con misiones diferente de otros, podemos servirle y serle fiel en su obra, como el nos prometió siempre el estará con nosotros, por eso no debemos dudar nunca del camino que el Señor ha elegido para cada uno de nosotros.
Jesús elige a sus apóstoles en la tierra para que cumplan con una misión muy importante como servir a sus hermanos y serles fiel, entre ellos encontramos a nuestras Hermanas religiosas y a los sacerdotes, y nosotros, también estamos llamados a cumplir una misión una vez llegue el llamado del Señor a nuestros corazones.