Los padres han cumplido con lo que ordena la ley y vuelven a Galilea, a Nazaret. Y ahí Lucas, deja una constatación: el niño iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría. La gracia de Dios estaba con él.
Ahí comienza la “vida oculta” de Jesús hasta que lo encontramos predicando por Galilea. Solo en Lc 2,41-52 este evangelista nos narra su permanencia en Jerusalén con el consiguiente susto de sus padres al no encontrarlo en la caravana de la que ellos tres formaban parte.
Destaquemos estos días el protagonismo de la familia y como han de encontrar la forma de estrechar lazos, construyendo vínculos y hacerlo a través de los valores de la familia de Nazaret. Un contexto que ha de favorecer el crecimiento de todos, cuando el Evangelio va uniendo y fortaleciendo una forma de vida sencilla.
José y María, buenos judíos, cumplen con la ley judía y acuden al templo en la purificación de María y para presentar y consagrar a su hijo al Señor. Al que cogió en sus brazos y, lleno de alegría, prorrumpió en un canto de alabanza a Dios “porque mis ojos han visto a tu Salvador”.
Aunque bien María sintió aparentemente algo de tristeza al saber que muchos no acogerían a su hijo, como otros sí, “Y a ti, una espada te traspasará el alma”.
En este 2021 que termina en pocos días, es preciso hacer una catarsis sobre todas nuestras vivencias transcurridas a lo largo del año, ahí podremos entender que el amor de nuestro Señor Jesucristo siempre ha estado con nosotros y que jamás nos ha dejado solos, porque Él es así, nuestra fortaleza y luz, así pues, que, sintámonos alegres y regocijados por todo el amor y las bendiciones que hemos recibido.
El evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace por su pueblo.
Vemos a María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus pecados. El Cuarto Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento: María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano
San Mateo nos cuenta en este pasaje la Anunciación a José. Su evangelio, está dirigido a comunidades de origen judío, en las que el padre tiene un papel primordial en la aceptación social del hijo. José tuvo que pasar una dura prueba. Lo que le hizo pensar en abandonarla en secreto. Porque la madre de Jesús estaba desposada con José. Pero el ángel le dijo: no tengas reparo. Pero José era un hombre Justo, es decir, deseoso de conocer y cumplir la voluntad de Dios.
Mateo abre un camino genealógico de Jesús partiendo de la experiencia del resucitado en su comunidad: “libro del origen de Jesucristo”. Los antepasados de Jesús (algunos de ellos no son probables históricamente), nos descubren algo infinitamente extraordinario: son hombres y mujeres con historias en ocasiones gloriosas. El texto marca paulatinamente la historia de amor de Dios con su pueblo, de ahí que comienza indicando un origen personal, el de Jesucristo, y acaba el relato con una mención específica y muy singular.
Tras la respuesta que da a los enviados de Juan, más con sus obras que con sus palabras, Jesús hace un elogio incondicional del Bautista. El bautismo en el Jordán, en el que ha culminado la misión de Juan respecto de Jesús, ha sido el escenario de la primera revelación pública de su identidad con relación a Dios.
A partir de ahí Jesús inicia su propia misión de predicador del evangelio del reino, que ha comenzado a hacerse presente con él. Nos vamos acercando a la Navidad: ¿sabremos descubrir al Precursor del Mesías en la figura de Juan? ¿Y sabremos reconocer a Jesús como el enviado de Dios?
Juan el Bautista predicaba un mensaje donde predominaba el pecado y la lucha contra el pecado, con la predicación de “un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados”, estaba un poco despistado con la figura de Jesús.
Uno de nuestros contantes peligros es hacer a Dios y a Jesús a nuestro gusto. Conocemos el remedio para no caer en esta tentación: ir directamente a Jesús, acudir a sus palabras, a sus acciones, a sus reacciones.
El contexto del Evangelio de hoy es claro, el rechazo de los dirigentes judíos hacia Jesús. La pregunta introductoria se dirige a los sumos sacerdotes y a los ancianos, que habían venido a interrogarle sobre su autoridad.
Jesús no pierde la paz. Con paciencia incansable sigue llamándolos a la conversión. Jesús pone delante de ellos dos actitudes; lo hace con dos cuadros diferentes, los detalles que Jesús expresa enriquecen la lectura. Hoy, una vez más, el Señor nos invita a entrar en la voluntad del Padre, a convertirnos, a ser coherentes y testimoniar ante el mundo con nuestra vida.