Al paso de Jesús, dos ciegos reaccionan, le siguen, dan gritos pidiendo misericordia. Hay que moverse para seguir a Jesús y encontrar salvación en él. Los dos ciegos entran en la casa tras Jesús y se acercan a él. Jesús les pregunta sobre su fe que es confianza en el poder salvador de Jesús.
Jesús no puede negarse cuando alguien apela a su misericordia, pero siempre exige como condición la fe. Nosotros tenemos necesidad de que Jesús cure nuestras cegueras, nuestras oscuridades, nos dé una nueva forma de mirar, e ilumine nuestra vida.
Estamos celebrando la primera semana de adviento en 2021 y el evangelio de hoy. Jesús “bordeando el lago de Galilea, subió al monte y se sentó en él”. Pero pronto se vio rodeado de mucha gente que le traían toda clase de enfermos.
Esta gente estaba muy contenta con Jesús pues llevaba ya tres días con él y no tenían qué comer. Jesús no quiere despedirles por temor a “que se desmayen en el camino”.
De alguna manera, también nosotros, seguidores de Jesús, debemos imitarle. Debemos predicar su buena noticia, la que alegra nuestra vida.
El Evangelio de hoy, en correspondencia con la festividad que celebramos, nos narra la vocación de los cuatro primeros discípulos de Jesús, entre los cuales se encuentra Andrés.
El oficio de Andrés como el de su hermano, Simón llamado Pedro, era el de pescador. La propuesta de Jesús no deja de ser sorprendente: “Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres”.
Que San Andrés nos ayude a caminar ligeros de equipaje, a hacer de nuestra vida una constante búsqueda de quién es Jesús.
Comienza el Adviento, un tiempo de preparación para recibir y acoger la presencia de Dios hecho hombre en medio de nosotros. El Dios cercano que habita y comparte su vida con los hombres.
La ley y la palabra del Señor se cumplirán al final de los días, pero hoy también nos pide nuestro Dios el mismo compromiso y la misma disposición. Lo que Jesús nos pide insistentemente es tener fe. En numerosos pasajes de los evangelios vemos esa reclamación: Hombres de poca fe. Y en el evangelio de hoy, Mateo nos narra la fe del centurión en el encuentro con Jesús.
Cada época produce sus cambios; cuesta interpretarlos y los catastrofistas son muy dados a ver dónde no hay, como si todo fuese el fin. Somos nosotros, pueblo de Dios, el que empuja y hace realidad la historia de la salvación, para que Dios no desaparezca de ella. También está nuestra salvación en nuestras manos, porque todo depende de cuan dispuestos estemos hacer la voluntad de Dios.
Los evangelios de estos días nos hablan, con un lenguaje apocalíptico y misterioso, de lo que sucederá con la destrucción de Jerusalén y también en los últimos tiempos. Resaltan dos ideas, pero ante estas palabras la esperanza y la fe vienen acompañados con “Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”.
Es entonces aquí donde nosotros como seres humanos nos podemos replantear por qué estos Sagrado Evangelios nos están hablando de un final, en realidad el final puede mostrarse de muchas maneras ante los ojos de cada persona, pero lo más importante es estar preparados con Dios y Jesús en nuestras vidas para afrontar cualquier cosa en esta vida.
Estamos al final del año litúrgico, las lecturas tienen un carácter de fin de algo. Puede ser del fin del reinado de Baltasar y del imperio caldeo, primera lectura; o el fin del tiempo de cada uno. Daniel interpreta las misteriosas palabras que aparecen en la pared, y anuncia a Baltasar su derrota, y el fin de su imperio.
El texto de esta lectura, así como el del evangelio nos invitan a mirar hacia dentro a cada uno: ¿Cómo me encontrará el momento del fin de mis días?
En esta lectura el Profeta Daniel recuerda el sueño a Nabucodonosor y le da la interpretación del mismo. Describiendo una imagen gigante de metal, la cual hace referencia a los reinos de Israel, y lo describe en 4 reinos. El Profeta traza un cuadro pesimista de la historia de la humanidad.
Entonces, la relación del hombre con Dios no será ya a través de signos, sino cara a cara, en perfecta comunicación de vida.
Estos Santos Evangelios más que para entrar en pánico, nos sirven para entender que en algún momento de nuestras vidas debemos rendir cuentas a Dios de todo cuento hemos hecho como personas individuales y también como parte de un colectivo.